domingo, 25 de diciembre de 2011

De lo que al amanecer pensaba

De lo que al amanecer pensaba


Aspiró profundamente el aire frío de la mañana. Notaba un dolor agudo en las yemas de sus dedos helados. Exhaló lentamente el aire y una nube de vapor blanco se formó ante su cara. Cerró los ojos por unos segundos y cuando los abrió se quedó mirando a la lejanía un momento. Las montañas se recortaban sobre la aurora y se reflejaban en un espejo que plata que era el lago.  Estaba en mitad del silencio bajo un eucalipto espigado y blanco. A sus pies dormía el pueblo, sabía de sobra que a esas horas poca gente estaría despierta, salvo los panaderos que van colgando el pan por las puertas y poco más. Se rió por dentro y por fuera sólo mostró una sonrisa que nadie vería. Muchos lo llamaban loco por andar tan temprano, sin sol, sin gente y con aquel frío. Había visto los coches cubiertos de una nieve fina, casi intangible y hasta los pies tenía helados, pero tanto le daba. Hacía aquello porque le apetecía, porque quería y porque sabía perfectamente donde ir para hacerlo, para respirar en la intimidad, en esa soledad dulce, calmada y mística que todos necesitamos de vez en cuando para encontrarnos a nosotros mismos.
Momentos como aquél le servían para recrearse en su alejamiento momentáneo, para perderse en sus pensamientos durante un rato antes de empezar el día. Sabía que la vida había dado muchas vueltas últimamente. Muchas vueltas, muchos giros, muchos reveses en tan poco tiempo. Se sentía perdido entre tanta confusión galopante en la que no sabes si correr o acechar, esconderte o dar la cara, hablar o callar, reír o simplemente dejar que las lágrimas que no aguanten más su cautiverio se dejen caer por las mejillas camino del suelo o de los labios.
L a niebla, como un velo blanco y etéreo que cubría los pinos de la sierra, la misma donde tantas veces subió de niño y adolescente, resbalaba cansina hacia las casas blancas y apagadas.
En cuestión de unas semanas había pasado por muchos de los estados que un ser humano  sufre: la cercanía de la muerte, la ira, la impotencia, la tristeza y la esperanza que tanto se parecen, el resentimiento, la alegría y el reencuentro, la desesperanza, la confusión, el miedo, la locura, la risa incontrolada, el alejamiento, la suerte y la desgracia … Y mientras sentía había pensado cuando y cuanto  pudo, actuado a veces como un autómata y a veces con plena consciencia, a veces no actúo ni pensó ni sintió nada. A veces hubo momentos en los que simplemente existió. Supo que realmente un grano de arroz desequilibra una balanza. Vislumbró cada vez con más claridad quién tiene más importancia, más peso en la vida y por qué. La venda cayó de sus ojos y la pisoteó con fruición. Las vendas, las cadenas, los grilletes, el yugo, la espinita en el talón que se clava a cada  paso que se da estaban en su mente y en su cansado corazón.  Necesitaba dar el puñetazo en la mesa, romper la lanza y lanzar un órdago, desplegar las putas velas, coser los rotos, soldar las abolladuras y cuidar las grietas.  Sólo quería ser mejor que sí mismo y  no que nadie más. No pretendía prever sus errores ni los de los demás, únicamente quería aprender a solventarlos y a vivir con ellos. Lo hecho no puede ser deshecho y no hay pasado que vuelva.
Con un suspiro de alivio salió de su mundo y vio  que había llegado la hora de bajar de sus nubes y de la cuesta empinada donde estaba. Giró sobre sus talones y oyó como las piedrecillas blancas del camino crujían bajo sus zapatos. No sabía si podía ser cierto o no, pero empezaba a pensar que eso de que el amanecer le gustara tanto inevitablemente debía significar algo sobre su forma de entender el mundo. Con las manos en los bolsillos y su mochila a la espalda, emprendió su marcha hacia las entrañas del pueblo una vez más.

Vor  Eisenreich. XXV-XII-MMXII

domingo, 30 de octubre de 2011

Última hora.

Antes que nada, decir que esta publicación se ha hecho esperar de forma involuntaria. Ando muy ocupado,  encontrar un hueco no es fácil. De alguna, forma la publicación no me obedece al 100% porque una gran amiga y compañera me hizo prometer que lo haría. Coqueteé con rescatar algo del pasado, y al final me he decidido por algo nuevo. Una poesía que empecé no hace mucho y que dejé sin terminar, pero hoy mismo le he puesto rúbrica. A Bea Magaña le tengo que dar las gracias por el empujoncito. No sé si esta vez te servirá como inspiración o no, sólo espero haber cumplido la promesa y que te guste. Es la primera que publico con dedicación, así que tendrás la desgracia o la suerte, ¡qué sé yo!. Y poco más puedo añadir. Aquí queda. Un saludo a todos.
Se embelesó con las estrellas mudas

Mientras la noche moría

Se quejó en silencio a la luna

Mientras sus lágrimas le herían.

No habrá dolor igual en el mundo,

No habrá día que se lleve su amarga noche

Ni manos amables que suelten sus nudos.

Se pasó una mano por la frente gélida

Y a sus oídos llegó su propio lamento mudo.

Quería cerrar para siempre su alma

Y tragarse la llave, llorar hacia dentro.

Su corazón tembloroso vio que la vida se acaba

Y que el tiempo pasa como el arco de un violín,

como el agua de un río que muere en el mar

que los momentos pasados no vuelven a por ti.

En su mente flotaban los sueños como si fueran veleros

Mientras se terminaba de perder en las entrañas de la noche

Y perlas de plata iban rodando por sus cabellos

Que caían con suavidad, dejadas libres desde las mismas nubes

Aquéllas que vinieron por el oeste a cubrir las mudas estrellas

Las que acechaban desde arriba como fantasmas,

Las que cegaron sus  ojos, las que lo cubrían como una manta.

Se multiplicaron los puñales de hielo, se hicieron miles las saetas de azabache

El aliento escapaba, las palabras no existían, era ya el último instante

Era ya el último pensamiento que de su mente brotaba.

Obscuritas infinita. Silentium. Aeternitas.


Vor Eisenreich. 

sábado, 1 de octubre de 2011

Insania

Iba caminando con su gabardina ondeando al viento. En una mano llevaba un maletín de piel oscuro con  cierres plateados  y la apariencia de ser caro. Y en efecto, lo era. Alguien como él no podía llevar algo barato y común, de ninguna forma. Eso sería como formar parte del montón de gente insulsa y sin talento que tanta repugnancia le producía. De hecho, si estuviera en sus manos, los mataría a todos, total, ¿qué más daba? Sólo eran carne de cañón para el Ejército y un rebaño sin criterio para las multinacionales y los medios de comunicación.
Cuando llegó hasta su coche, vio que junto a él había un perro de los que no tienen dueño, ni nombre y que por no tener no tenía ni raza.
-       ¡Maldito chucho! ¿Quién te ha dejado entrar aquí?
El animal lo miró con las orejas gachas, temeroso. El hombre se le acercó haciendo aspavientos con el maletín y el perro se hizo un ovillo sin moverse del sitio hasta que de repente levantó las orejas y las movió como si de encontrar un sonido lejano se tratara. Se había puesto rígido y enseñaba los dientes mientras retrocedía poco a poco. Súbitamente salió corriendo y desapareció en la oscuridad del parking. Sin inmutarse por el cambio de actitud del cánido, desconectó la alarma, abrió la puerta del conductor y se sentó al volante tras dejar el maletín en el asiento de copiloto. Salió del aparcamiento y puso la radio.
Tras enfadarse y maldecir en los atascos a todo lo viviente, llegó a su casa. Se comió  un sándwich y luego se metió en el cuarto de baño. Se dio una ducha y cuando acabó, se miró en el espejo. Estaba orgulloso de sí mismo, pero tenía razón: ganaba tanto dinero como quería, tenía a la mujer que quisiera sólo con su sonrisa y un par de carantoñas, sus compañeros de trabajo lo envidiaban y murmuraban cuando pasaba de camino a su descomunal despacho (que por supuesto no eran sus amigos, pues él no tenía amigos, pues consideraba que los amigos son una carga muy pesada que lo complica todo) y tenía todo que materialmente puede adquirirse para vivir en el lujo. Su forma de pensar no era mala, no era incorrecta como decían los hipócritas: cualquiera se cambiaría sin pensarlo ni un momento por él si pudieran. Lo llamaba “loco”, “despilfarrador”, “creído”, “inconsciente” y otra sarta de burdos insultos de imbéciles que no eran capaces de sobresalir del rebaño, como él mismo hacía. Se vistió, se perfumó y se peinó con esmero. Esa noche saldría a buscar a una chica que conoció meses atrás en una joyería en la que trabajaba de dependienta. Físicamente no estaba nada mal para su gusto, aunque tenía un trabajo demasiado simple para lo que su pirámide de necesidades exigía. Sin embargo, era un capricho a su alcance.
Fueron a cenar a un restaurante de lo más exquisito donde sólo los muy pudientes podían permitirse siquiera un canapé. La muy boba estaba convencida de aquel despropósito de los sentimientos y por eso estaba aquella noche frente a él en aquella mesa para dos: quería hacerla suya de una vez. Lo único que hacía que la siguiera viendo era el deseo de poseer lo inalcanzable, de poseerla a ella.
            Tras la cena, la llevó a su piso, un odioso apartamento de chica. La convenció para que lo dejara entrar y acabaron en la cama.
Estaba tumbado en un algún lugar desconocido y era como si acabara de despertar de un largo sueño. Cuando consiguió enfocar la mirada, descubrió con horror que estaba rodeado de  ratas, serpientes y arañas, arañas tan grandes como una mano. El terror lo invadió y tenía que hacer algo sin tardanza. Su cuerpo estaba paralizado y tampoco salió ningún grito de su garganta. Estaba a merced de aquellos animales repulsivos. Lo peor no era que no pudiera  moverse, sino que no podía al menos gritar para desahogar la angustia que le invadía el cuerpo y el espíritu. En ese momento, la luz se fue. Quedó a oscuras y un trueno sonó como un cañonazo inexorable y terrible. El estampido cesó y notó que los animales se movían en la penumbra y subían a su cuerpo. Sabía que iba a morir y cuando uno intenta escapar de la muerte, su miedo se dobla. Una serpiente pasó reptando sobre sus ojos con su piel fría, escamosa y resbaladiza. Cerró fuertemente los párpados y la serpiente fue como una venda mortífera.
Pero aquella visión sólo había sido una pesadilla y nada más. Estaba tumbado en la cama junto a la chica, donde había permanecido toda la noche. Se levantó, se vistió sigilosamente y se fue. Otra que no se resistía a caer en sus brazos, pero al oponerle resistencia, había más valor en el premio.
De nuevo, como otro día cualquiera, fue al trabajo. Todo transcurrió con normalidad y el mal sueño cayó en el olvido. Sin embargo, cuando acabó la jornada, volvió a ver otra vez al perro, pero esta vez un poco más lejos. El animal guardaba las distancias. Mejor así, pues si no seguro que le estropeaba el coche y tendría que castigarlo de alguna forma, ¡maldito chucho sarnoso!
Pasó el tiempo y volvió a verse con la chica. De nuevo, la llevó a su casa y acabaron acostándose. Mientras más difícil es alcanzar una meta, más valor tiene el hecho de llegar a ella y por eso había vuelto a la joyería. Pero además, quería experimentar si la pesadilla y la dependienta tenían algo que ver.
Estaba tumbado boca arriba y sobre él había un cielo gris, plomizo, pesado y sombrío. Un viento frío y seco le provocó un estremecimiento. ¿Qué pasaba? La incertidumbre de qué ocurriría a continuación le producía pánico. Era incapaz de moverse y de articular palabra alguna. Casi sin percatarse, una fuerza sobrenatural lo incorporó hasta  erguirlo por completo. Ante sus ojos había un precipicio infinito y lóbrego. Estaba tan cerca del borde que el mismo roce de la brisa podría hacerlo caer para la eternidad. Parecía que no había allí nada ni nadie. Estaba sumido en la soledad y un nudo en el estómago no lo dejaba respirar. Nadie para ayudarlo o al menos que le diera ánimos o le hablara. Tan desamparado estaba como el primer ser humano o, ¿quién sabía?; si como el último. Súbitamente una voz gutural empezó a hablar a sus espaldas:
-       Tu historia se acaba, moriturus. Tuis finis hoc et nunc est!*
Las palabras finales sonaron a algo semejante a un ladrido. Y lo peor de todo es que no podía ver a quién o qué le hablaba. Estaba perdido sin remedio. Se le helaba la sangre en las venas.
·         [… ] moriturus. Tuis finis hoc et nunc est!*: … el próximo a morir. Tu fin está aquí y ahora.
De nuevo todo era un sueño horrible. A su lado dormía plácidamente la muchacha. No sabía si era coincidencia o no, pero lo cierto es que las dos veces que había dormido con ella, las dos veces tuvo pesadillas. Empezó a preocuparse, pero de nuevo, se vistió y se fue sin hacer ningún ruido para trabajar.
Era la segunda vez que le ocurría lo mismo y ya empezaba a preocuparse. Hasta ese momento no sabía lo que era el miedo. Y lo peor era que no tenía a nadie a quien contárselo y se pasaba horas pensando en lo mismo. Seguía viéndose con la dependienta y seguía ocurriendo lo mismo. Lo asaltaban las pesadillas y cada vez estaba más furioso porque no sabía exactamente a qué se debían sus malos sueños. Cavilando llegó a la conclusión de que sólo pasaba cuando dormía con ella.

Era una persona que no creía en más allá, ni en el karma, ni en dioses ni demonios ni en la influencia de las buenas o malas acciones. Todo eso eran bobadas que la gente usaba para explicar sus fracasos y sus mediocridades. Pero a pesar de ello, empezaba cuanto menos a cuestionarse sus ideas. Las pesadillas fueron en aumento y su realismo aumentaba. Se empezó a obsesionar con todo ello y su vida cambió. Se ensimismó y dejó de cuidarse tanto como acostumbraba, necesitaba saber qué era aquello que lo torturaba. Y aquella idea sin fundamento de que la chica era el imán de sus malos sueños, empezó a tomar forma con fuerza. Era posible que fuera la culpable de todo. No, estaba seguro: era la culpable de todo. Desde que la conoció empezó a sucederle todo lo extraño y malo que estaba viviendo. El odio germinó en su ser. Tenía la necesidad imperiosa  de acabar con aquel mal y volver a ser el triunfador que era, el conquistador, el ambicioso y libre de escrúpulos y remilgos, el que no estaba atado a supersticiones ni a ideales sin ton ni son.

Cuando se dio cuenta, la estaba buscando para una nueva cita. Ella aceptó de nuevo. Él se regocijó. Así tenía que ser.

Todo sucedió como de costumbre. Y como las otras veces, acabaron en casa de la amante confiada. De nuevo estaba entre las sábanas perfumadas y suaves de su cama.

Pero esta vez no dormía. El plan era otro: esperaba impacientemente a que se sumiera en un sueño profundo. Tenía que ser extremadamente cauto y calculador, dos cualidades que le valieron su peso en oro en los negocios.

La miró con atención. Su pecho subía y bajaba lentamente. El pelo, como una cascada sin control, se derramaba sobre la almohada alborotado y libre. Una tirante caprichosa resbalaba por uno de sus hombros. Podía apostar todo lo que tenía a que la condenada dormía como un tronco. Ahora la tenía a su albedrío, como él buscaba.

Como un felino, se subió sobre ella con un movimiento rápido y certero. En medio de las sombras, le cubrió la cara con la mullida almohada y presionó con todas sus fuerzas sobre el rostro de la muchacha. Apretó tanto que sus nudillos se volvieron blanquecinos. Ella se despertó sintiendo que el aliento se le agotaba. Empezó a moverse y a gritar pero sus gritos se iban a morir contra aquello que le ocultaba el rostro.

Intentaba liberarse con todas sus fuerzas, pero era inútil. A su favor sólo tenía unas manos pequeñas y unas muñecas frágiles y débiles, mientras que él tenía además del físico la sorpresa de cara. Era más fuerte, pesado y estaba decidido a matarla. Cada vez menos, el cuerpo se arqueaba y se sacudía, pero pronto sólo se movía ya con los estertores que pusieron punto y final a su agonía.

¡Por fin! Había logrado deshacerse de ella. Con lentitud le retiró la almohada de la cara y vio sus ojos en blanco mirando a ninguna parte. Se sintió feliz y lleno de fuerza. Salió orgulloso de la cama y la miró. Luego, con las dos manos la agarró del cuello y la levantó sin esfuerzo. Puso sus caras a la misma altura y la miró sonriendo. Todo había sido fácil y rápido.

-¿Qué pasa? ¿Acaso te he sorprendido? Es que te veo con los ojos muy abiertos y sin respiración. A mí me encanta dar sorpresas, ¿sabes?

Se rió con unas carcajadas demenciales y empezó a danzar con el cuerpo sin vida por la habitación. Cuando se cansó de aquel macabro baile de la victoria, se detuvo en seco,  la miró con odio y la lanzó sin esfuerzo contra el suelo.

-Ése es tu sitio, escoria. Casi has podido conmigo, pero sólo “casi”. Mírate ahora: además de la oveja del montón sin talento y sin ninguna valía que ya eras, encima te conviertes en un guiñapo sin vida.

De nuevo, se sacudió con una risa descontrolada ante sus ocurrencias. La miró por última vez con desprecio desde su pedestal. Era superior a ella en todo y nunca se uniría con alguien de escalones inferiores como ella. Jamás lo haría.

Al abandonar el apartamento, se encontró con el perro del parking. Tenía los pelos del lomo erizados y gruñía. Sin embargo, tenía miedo de acercarse siquiera al asesino. Y él lo sabía. De hecho, todos tenían que tenerle miedo.

-       Al salir te atropellaré, asqueroso. Aprenderás a no mirar mal a la gente, pero claro, ¿qué puede saber un perro de la basura como tú? De todas maneras, me da igual: te pasaré por encima lo entiendas o no.

Se sentía tan feliz que hasta hablaba con un perro de la calle. Estaba exultante con su nuevo triunfo. Se subió al coche y abrió una botella de whisky. Dio un trago largo y se limpió la boca con el dorso de la mano. Arrancó el motor que rugió como una  bestia infernal y se dirigió a una carretera sin soltar la botella. Se miró al espejo y fue consciente de su aspecto actual.

-       ¡Vaya pintas! Tendré que dar un cambio de imagen o me confundirán con un vagabundo del metro, un maldito parias.

Ente el alcohol y la velocidad, más poderoso se sentía cada vez. Era un caballo desbocado. De pronto, empezó a hacer frío dentro del coche y encendió la calefacción, pero el frío iba en aumento. Quizá sería por el hambre y el cansancio. Con ambiente gélido y enrarecido su alegría se diluyó como un puñado de arena que se lanza al agua del mar. Se quedó aturdido y la botella escapó de su mano. Al ir a recogerla, vio que todo el suelo del coche esta atestado de ratas, arañas y serpientes. Se quedó petrificado y en medio de un mutismo aterrador.

El fogonazo cegador de un relámpago cruzó el cielo como un dragón de luz blanca y a continuación un trueno lo rompió con su estampido. Parecía que el maldito cielo se caería a pedazos sobre él. Matar a la joven no había sido suficiente después de todo.

-       Tú …

La voz gutural de sus pesadillas le habló y sintió un aliento frío en la nuca que le erizó el vello.

-       … no eres nadie. No representas nada. Creías que controlarías el odio, la furia y la soberbia, pero se han vuelto contra ti. Nunca has sido señor de tu destino.

No creía aquello que estaba sucediendo. El tormento lo perseguía ahora también en la vida real, ya no sólo lo acosaba en las pesadillas.

La legión de criaturas que se arrastraba o que corrían entre sus pies, empezaron a subir.

-       … moriturus, Inferos te sperant!

Como una exhalación el coche se salió en una curva cerrada y convirtió el arcén en un amasijo sin forma. Con violencia salió disparado del asfalto y cayó rodando por una ladera angosta y llena de maleza hasta estamparse contra unas rocas. Los cristales se desintegraron y se convirtieron en una lluvia que cubrió el suelo de pequeños destellos.

Tras el golpe seco final, una lechuza blanca que resaltaba sobre el cielo como la espuma en los mares oscuros, salió de la copa de un árbol y se alejó cruzando la noche como un fantasma sin voz.






























-       * moriturus, Inferos te sperant!: el que va a morir, ¡los Infiernos te aguardan!


jueves, 5 de mayo de 2011

Un momento de desesperación.


Y nunca saber qué pudo pasar. Y ver que pasan como ráfagas las penas y alegrías. Y sentir que se ha vuelto a escapar… y esperar en la incertidumbre, que todo lo envuelve. Como la lluvia. Y estar esperando. Como un pájaro en el nido. Y decir verdades a gritos para decir deseos en susurros. En el fondo, el corazón se ha encogido. La duda y el miedo. Y esa sombra maldita que no se va, que atemoriza, que crea inseguridad. Maldita sea. Y a estas alturas sufrir para no mirar atrás. Y el pasado sigue en el camino. Se niega a abandonar la carrera, a dejar libre la senda. ¿Y por qué? Si ya no sirve, ya no late, ya no habla ni es capaz de escuchar o sentir. Parece que no existe llave para cerrar esta puerta.


La rabia. La impotencia. Otra vez la duda. Otra vez tambalearse. Y el odio. Si creer que ya no estaba, si saber que no existe, mirar la salida … no sirve de nada, cae herida de muerte la esperanza.

miércoles, 30 de marzo de 2011

En el corazón del sueño

En el corazón del sueño.

Y se sintió súbitamente aturdido. Una vez más había despertado tras soñar con ella de nuevo. Miró el techo y luego los rayos de Luna que atravesaban las cortinas. El corazón le latía de forma acelerada. Se incorporó en la cama y flexionó las rodillas. Suspiró lentamente para tranquilizarse, pero no le sirvió de nada. Saltó de la cama y notó el frío del suelo en las plantas de sus pies. Se sonrieron.

Era una tarde cálida del mes de mayo. Habían tenido un examen y respiraban tranquilos, estaban solos, sentados y en silencio miraban las nubes. La contempló con ternura, con ganas de acunarla entre sus brazos, pero no se atrevía. Sin embargo, tenía tantas ganas de hacerlo… de sentir su corazón latir cerca del suyo … mirar sus ojos para siempre y perderse en ellos. Sólo de pensarlo tenía ganas de llorar de felicidad. Una locura.


Un gallo cantó a lo lejos. Aún quedaba mucho para que despuntara el Sol. Se movió por su habitación y terminó sentándose en el suelo. Apoyó la espalda en la pared. Sentía el frío a través del pijama y en los pies descalzos. Dejó la cabeza caer a un lado y se puso las manos sobre las rodillas. Una moto rompió el silencio, pero le dio igual.


 Estaban en la playa. Apenas había olas. El Sol brillaba y hacía saltar destellos en el agua verde esmeralda. Reinaba la paz. Nadie más podía existir en el mundo en aquel momento. A lo lejos pasaba alguna barca que buscaba llenar sus redes. De vez en cuando, se decían algo, se miraban y se sonreían. Se sentía mejor que nunca. Ella era la persona que buscaba desde hacía mucho tiempo. Respiraba despacio, como si cada vez que el aire llegara a sus pulmones, diera una calada a la felicidad.


La madrugada parecía no tener fin. Se puso en pie y se acercó a la ventana. Separó las cortinas y observó la calle desierta. Nada ni nadie se movía. El cielo estaba estrellado y la Luna brillaba con toda su fuerza. A pesar de todo, era una noche agradable.


Caminaban juntos con una brisa suave susurrando en sus oídos. La arena era suave, cálida y blanca. En ella marcaban los dibujos de sus pies. A ratos paraban y contemplaban el atardecer. El Sol bajaba sobre el mar y las aguas estaban anaranjadas. Pensó en pasarle un brazo por la cintura, pero no se atrevió. La marea estaba subiendo, así que siguieron andando por la línea de la orilla.


Se cansó de mirar el cielo y se tumbó sobre las sábanas. Cerró los ojos y creyó que notaba su calidez cerca. Era como tenerla a su lado, como si fuera a girarse y ella estuviera allí para hacerlo rabiar con uno de esos comentarios infantiles tan suyos y que le decía a menudo. Si lo hubiera hecho, se lo perdonaría y se haría el ofendido. La llamaría "cría" con la cara tan seria como pudiera y acabaría a carcajadas mientras ella lo rehuía.

En el paseo marítimo había muchos turistas: niños que corrían y gritaban despreocupados y felices, adultos que fotografiaban y señalaban todo. Los dos iban avanzando por la acera sin prestar atención a la gente. Sabía que pronto llegaría el otoño y no podrían verse en momentos como aquél.

Llegaron a la estación. No quería despedirse de ella. Odiaba las despedidas. Sólo faltaban cinco minutos para que el tren llegara y se sentaron en un banco. Eran los últimos instantes antes de que ella se fuera y por eso empezaba a sentir angustia.

Tras el cristal del vagón, ella se despidió agitando la mano. Esperó hasta que el tren se perdió en la lejanía, giró sobre sus talones y salió de la estación. Ya la estaba echando de menos.

Se notó las mejillas húmedas y el sabor salado de las lágrimas… un pellizco
en el estómago. No movía un músculo. Era un dolor en lo más hondo de su ser. Las lágrimas bajaban despacio, como si quisieran consolarlo y al mismo tiempo desahogarlo. Estaba de pie. Tenía un ramo de rosas blancas con una poesía que le escribió. Era mucho menos de lo que ella merecía, pero ya sólo podía tenerla en su corazón y aquel detalle. Las piernas le temblaban y sintió amargura en la garganta.

Ante él la lápida relucía, era blanca y tenía su foto en el centro. Con cuidado, puso las flores y la poesía en el borde. En una de las rosas, se posó una mariposa. Se quedó mirándola y vio como batía las alas un par de veces. Era un animal muy bello. Aquella imagen lo hizo sentirse mejor.


Ya estaba amaneciendo y de nuevo fue hasta la ventana. Hacía un fresco agradable y el Sol empezaba a salir. Abrió la ventana y cerró los ojos. La vio. Le sonreía. En instante, desapareció. Abrió los ojos y en su mano había una mariposa que batió sus alas un par de veces.


Vor Eisenreich.

jueves, 13 de enero de 2011

Sueño de un andaluz.


Esta poesía es muy especial para mí, proque nunca le dediqué poesía alguna a Andalucía. La hice en poco tiempo, me vino la inspiración por sorpresa, como suele hacer. Tenía diecisiete años. Ahora la miro y creo que a lo mejor está recargada y es demasiado larga.

Sueño de un andaluz

Ojos míos, ¿qué habría
más bello que Andalucía?
¿qué otra tierra tiene
la Alhambra de Granada,
de Córdoba la Mezquita,
el Guadalquivir de Sevilla,
de Huelva sus playas,
de Cádiz el arte y la alegría,
el mar de los malagueños,
la Úbeda de Jaén,
y los vergeles de Almería?
¿Quién no quisiera perderse
en el verde de tu mar,
soñar con el blanco de tus pueblos,
y el verde de tus patios alcanzar?
Bien quisiera abarcar las olas
que fugaces te quieren acariciar.
Bien quisiera vivir las leyendas
cinceladas en tus piedras.
¡Oh, veloz daría mi espirítu
por fundirme con tus tierras,
por contemplar siempre tus auroras
por estar eternamente
bajo tus lunas frías
y al cobijo de tu sol ardiente!
Dichoso es el andaluz por vivir en ti
al pie de tus nevadas montañas
al cobijo de tus valles
regados por tus ríos
que van a morir a tus playas
de oro y de plata con olas de encaje.
Orgullosos se sienten tus hijos
porque eres su patria y su madre.
Orgulloso se siente el que te escribe
de haber nacido en tu seno
y de ser recogido en tus brazos,
que intenta ensalzarte en vano,
pues no hay poema en el universo
que encierre en sus versos
las rosas y jazmines de tus balcones
tus escaleras quebradas
tus ferias y Semana Santa
tus fuentes de agua clara
tus romerías y carnavales
tus campos y cañaverales
tus niños y tus mujeres
el calor y la alegría de tu gente
tus noches y tus días
tu grandeza y tu vida
porque eres madre y abuela
porque eres tierra y patria
porque eres sal y arena
porque eres un sueño para no despertar.

miércoles, 12 de enero de 2011

Madrugada

Con el alba llegan las espinas de la madrugada
se van el perfume dulce de la noche
La brisa fresca, dulce, melancólica, azulada
La luna triste, pálida, pequeña, débil …
Y cantas, cantas de blanco, cantas…
Y en mis oídos se cuelan tus notas
Que me llegan lejanas, exóticas, etéreas, imaginadas   
Y vago a mi suerte, arrastrado, loco, sin luz en mis ojos   
A mi frente el mar murmura, se viene y se va, se arrastra, acaricia la playa…
Y cantas, cantas de blanco, cantas…
Siento que tu voz me llama en la  noche lejana
Como violines de cristal, como olas, como arpas, como el olor a amapolas
y sigo, ignorante de mí sigo, corriendo, sabiendo que no me amas …
Y cantas, cantas de blanco, cantas …

domingo, 9 de enero de 2011

Sobre el mar azul, bajo el negro cielo.


Un día en el ocaso cogeré mi barca sin remos
Para dejarme llevar por las olas
Sobre el mar azul, bajo el negro cielo,
Como tú decías,  ilustre marinero.
Cruzaré las salinas aguas a ciegas
Sin mapas ni brújulas
Sólo me guiará el viento,
Mientras sueño y escribo, navego y anhelo.

La nada y la sinrazón.

Incluso la victoria puede ser humillada
Incluso las piedras pueden hablar
Incluso el fuego puede llevar al frío
Incluso la alegría parece perseguir al malestar.

Son las huellas en la nieve recuerdos vanos de tus pies
Es tu sombra el punto de fuga en tu caminar.
Tu alma se retuerce, se estremece, se contorsiona…
Las heridas se ahondan, tu sangre mana….
Bajo tus pies el camino que sigues se borra
Y el horizonte que te esperaba…
Ya no existe, ahora sólo niebla ven tus ojos
Y enmudece tu garganta…

Quieres llorar, pero ¿dónde están tus lágrimas?
Te detienes porque no puedes levantar los pies del suelo
Ni siquiera parpadear podrías…
Y el mundo sigue vivo ante tus pupilas.

No hay nadie, ¿a quién suplicas?
Ahora quieres apretar los puños…
Hasta que ríos rubíes corran por tus manos
Pero no queda empuje en tus músculos.
Sólo el latir desbocado de tu corazón…
Es capaz de correr cada vez más
 y llenar tus costados de dolor.

¿En qué piensas? Si es que aún puedes pensar…
Ni siquiera los cuervos más despreciables…
Ni siquiera ellos has querido acompañarte.
Un escalofrío como un rayo sube por tu espalda…
Y te hace doblar las rodillas…

Vamos, no aguantarás…
Sólo eres ya un estorbo por tus errores.
Y por fin el cielo sobre tus hombros cae…
Y se abre ante ti la puerta del Averno.

Sientes que se ha terminado…
Que la agonía ya muere con tus estertores.
La oscuridad te recibe con los brazos abiertos…
Te pierdes en el caos…
Te ahogas en un lago más negro que la noche más oscura.
Te pierdes… para siempre… te pierdes.

Vor Eisenreich.
XXII-X-MMX