domingo, 8 de julio de 2012

Un nuevo tiempo en un viejo mundo.

Miró el mar hasta donde la vista  alcanzaba. Sentía que la serenidad y la seguridad lo envolvían. Pocas veces notaba una relajación similar a los momentos en que contemplaba aquel espejo, aquel zafiro infinito que recogía en su superficie los últimos rayos de sol a la caída de la tarde.  Un viento caprichoso galopaba por la playa como un caballo sin jinete y sin riendas y se divertía jugando sobre los lomos blancos de las olas. El salitre invadía sus pulmones con cada inspiración y su corazón se ensanchaba como las velas cuando el levante las empuja y las llena. Sobre su cabeza lucía un cielo sin nubes, limpio y resplandeciente. Nada quebraba aquella esfera de felicidad, nada hacía temblar aquellos hilos que trabajosamente llegó a tejer, aquella burbuja que hinchamos soplando con suavidad por el terror a  que nos produce romperla al ver como toma forma y el aire más liviano la hacer estremecerse. Esa incertidumbre es lo que da valor a la felicidad. Se pasó una mano por el mentón. Lo sabía, pero a  veces lo olvidaba: la felicidad es efímera y hay que saber disfrutarla, con mesura, con paciencia, saboreando cada sorbo que de ella llega a nuestros labios lentamente.

Tenía los pies asentados en la arena blanca y tibia con firmeza, pero sin ejercer ninguna presión. Había pasado momentos muy difíciles y confusos, momentos duros; había pasado por túneles a los que no creía verles  la luz en ningún momento; tuvo que caminar como un autómata; sufrir y darse cuenta de que siempre, en cada instante, en cada recodo del camino que elegía o creía elegir había estado quién le apoyó, quién le tendió la mano, quién le hizo reír cuando sólo tuvo ganas de maldecir y hace eco en el aire con sus lamentos. Quién se acordó de que estaba ahí, de que seguía ahí de algún modo, latente, como un ascua que sigue ardiendo entre las cenizas,  queriendo ser como la esperanza.

Cerró los ojos y dejó que su alma se expandiera tanto como espacio hubiera en el universo.  Dejó que la vida le dejará como una foto su cara alegre en frente. No podía olvidar que últimamente había tenido que aguantar muchos tragos amargos como la hiel bajar por su garganta y quemarle las entrañas. Los había aceptado. Ahora empezaba otro camino que sería también largo, duro y pedregoso  y eso lo tuvo en mente desde antes de terminar el otro. Lo recorrería igual, pero con más experiencia, con otros ojos, con el alma llena de remiendos, pero pulida y sin importar lo que pudiera venir. Respiraría aunque no corriera el aire.

Metió los pies en el agua. Estaba fría y los vellos de las piernas se le erizaron. Era un paso. Uno más o  uno menos según se mirara de un lado o del otro. Sentía ganas de dar las gracias y las manos, de sonreír.  El sol no se había puesto por última vez. Todavía no.

A pecasecverywhere y lothify o viceversa.
“Cuando sombras de ruina
tus horizontes nublaron […] “