miércoles, 30 de marzo de 2011

En el corazón del sueño

En el corazón del sueño.

Y se sintió súbitamente aturdido. Una vez más había despertado tras soñar con ella de nuevo. Miró el techo y luego los rayos de Luna que atravesaban las cortinas. El corazón le latía de forma acelerada. Se incorporó en la cama y flexionó las rodillas. Suspiró lentamente para tranquilizarse, pero no le sirvió de nada. Saltó de la cama y notó el frío del suelo en las plantas de sus pies. Se sonrieron.

Era una tarde cálida del mes de mayo. Habían tenido un examen y respiraban tranquilos, estaban solos, sentados y en silencio miraban las nubes. La contempló con ternura, con ganas de acunarla entre sus brazos, pero no se atrevía. Sin embargo, tenía tantas ganas de hacerlo… de sentir su corazón latir cerca del suyo … mirar sus ojos para siempre y perderse en ellos. Sólo de pensarlo tenía ganas de llorar de felicidad. Una locura.


Un gallo cantó a lo lejos. Aún quedaba mucho para que despuntara el Sol. Se movió por su habitación y terminó sentándose en el suelo. Apoyó la espalda en la pared. Sentía el frío a través del pijama y en los pies descalzos. Dejó la cabeza caer a un lado y se puso las manos sobre las rodillas. Una moto rompió el silencio, pero le dio igual.


 Estaban en la playa. Apenas había olas. El Sol brillaba y hacía saltar destellos en el agua verde esmeralda. Reinaba la paz. Nadie más podía existir en el mundo en aquel momento. A lo lejos pasaba alguna barca que buscaba llenar sus redes. De vez en cuando, se decían algo, se miraban y se sonreían. Se sentía mejor que nunca. Ella era la persona que buscaba desde hacía mucho tiempo. Respiraba despacio, como si cada vez que el aire llegara a sus pulmones, diera una calada a la felicidad.


La madrugada parecía no tener fin. Se puso en pie y se acercó a la ventana. Separó las cortinas y observó la calle desierta. Nada ni nadie se movía. El cielo estaba estrellado y la Luna brillaba con toda su fuerza. A pesar de todo, era una noche agradable.


Caminaban juntos con una brisa suave susurrando en sus oídos. La arena era suave, cálida y blanca. En ella marcaban los dibujos de sus pies. A ratos paraban y contemplaban el atardecer. El Sol bajaba sobre el mar y las aguas estaban anaranjadas. Pensó en pasarle un brazo por la cintura, pero no se atrevió. La marea estaba subiendo, así que siguieron andando por la línea de la orilla.


Se cansó de mirar el cielo y se tumbó sobre las sábanas. Cerró los ojos y creyó que notaba su calidez cerca. Era como tenerla a su lado, como si fuera a girarse y ella estuviera allí para hacerlo rabiar con uno de esos comentarios infantiles tan suyos y que le decía a menudo. Si lo hubiera hecho, se lo perdonaría y se haría el ofendido. La llamaría "cría" con la cara tan seria como pudiera y acabaría a carcajadas mientras ella lo rehuía.

En el paseo marítimo había muchos turistas: niños que corrían y gritaban despreocupados y felices, adultos que fotografiaban y señalaban todo. Los dos iban avanzando por la acera sin prestar atención a la gente. Sabía que pronto llegaría el otoño y no podrían verse en momentos como aquél.

Llegaron a la estación. No quería despedirse de ella. Odiaba las despedidas. Sólo faltaban cinco minutos para que el tren llegara y se sentaron en un banco. Eran los últimos instantes antes de que ella se fuera y por eso empezaba a sentir angustia.

Tras el cristal del vagón, ella se despidió agitando la mano. Esperó hasta que el tren se perdió en la lejanía, giró sobre sus talones y salió de la estación. Ya la estaba echando de menos.

Se notó las mejillas húmedas y el sabor salado de las lágrimas… un pellizco
en el estómago. No movía un músculo. Era un dolor en lo más hondo de su ser. Las lágrimas bajaban despacio, como si quisieran consolarlo y al mismo tiempo desahogarlo. Estaba de pie. Tenía un ramo de rosas blancas con una poesía que le escribió. Era mucho menos de lo que ella merecía, pero ya sólo podía tenerla en su corazón y aquel detalle. Las piernas le temblaban y sintió amargura en la garganta.

Ante él la lápida relucía, era blanca y tenía su foto en el centro. Con cuidado, puso las flores y la poesía en el borde. En una de las rosas, se posó una mariposa. Se quedó mirándola y vio como batía las alas un par de veces. Era un animal muy bello. Aquella imagen lo hizo sentirse mejor.


Ya estaba amaneciendo y de nuevo fue hasta la ventana. Hacía un fresco agradable y el Sol empezaba a salir. Abrió la ventana y cerró los ojos. La vio. Le sonreía. En instante, desapareció. Abrió los ojos y en su mano había una mariposa que batió sus alas un par de veces.


Vor Eisenreich.