domingo, 25 de diciembre de 2011

De lo que al amanecer pensaba

De lo que al amanecer pensaba


Aspiró profundamente el aire frío de la mañana. Notaba un dolor agudo en las yemas de sus dedos helados. Exhaló lentamente el aire y una nube de vapor blanco se formó ante su cara. Cerró los ojos por unos segundos y cuando los abrió se quedó mirando a la lejanía un momento. Las montañas se recortaban sobre la aurora y se reflejaban en un espejo que plata que era el lago.  Estaba en mitad del silencio bajo un eucalipto espigado y blanco. A sus pies dormía el pueblo, sabía de sobra que a esas horas poca gente estaría despierta, salvo los panaderos que van colgando el pan por las puertas y poco más. Se rió por dentro y por fuera sólo mostró una sonrisa que nadie vería. Muchos lo llamaban loco por andar tan temprano, sin sol, sin gente y con aquel frío. Había visto los coches cubiertos de una nieve fina, casi intangible y hasta los pies tenía helados, pero tanto le daba. Hacía aquello porque le apetecía, porque quería y porque sabía perfectamente donde ir para hacerlo, para respirar en la intimidad, en esa soledad dulce, calmada y mística que todos necesitamos de vez en cuando para encontrarnos a nosotros mismos.
Momentos como aquél le servían para recrearse en su alejamiento momentáneo, para perderse en sus pensamientos durante un rato antes de empezar el día. Sabía que la vida había dado muchas vueltas últimamente. Muchas vueltas, muchos giros, muchos reveses en tan poco tiempo. Se sentía perdido entre tanta confusión galopante en la que no sabes si correr o acechar, esconderte o dar la cara, hablar o callar, reír o simplemente dejar que las lágrimas que no aguanten más su cautiverio se dejen caer por las mejillas camino del suelo o de los labios.
L a niebla, como un velo blanco y etéreo que cubría los pinos de la sierra, la misma donde tantas veces subió de niño y adolescente, resbalaba cansina hacia las casas blancas y apagadas.
En cuestión de unas semanas había pasado por muchos de los estados que un ser humano  sufre: la cercanía de la muerte, la ira, la impotencia, la tristeza y la esperanza que tanto se parecen, el resentimiento, la alegría y el reencuentro, la desesperanza, la confusión, el miedo, la locura, la risa incontrolada, el alejamiento, la suerte y la desgracia … Y mientras sentía había pensado cuando y cuanto  pudo, actuado a veces como un autómata y a veces con plena consciencia, a veces no actúo ni pensó ni sintió nada. A veces hubo momentos en los que simplemente existió. Supo que realmente un grano de arroz desequilibra una balanza. Vislumbró cada vez con más claridad quién tiene más importancia, más peso en la vida y por qué. La venda cayó de sus ojos y la pisoteó con fruición. Las vendas, las cadenas, los grilletes, el yugo, la espinita en el talón que se clava a cada  paso que se da estaban en su mente y en su cansado corazón.  Necesitaba dar el puñetazo en la mesa, romper la lanza y lanzar un órdago, desplegar las putas velas, coser los rotos, soldar las abolladuras y cuidar las grietas.  Sólo quería ser mejor que sí mismo y  no que nadie más. No pretendía prever sus errores ni los de los demás, únicamente quería aprender a solventarlos y a vivir con ellos. Lo hecho no puede ser deshecho y no hay pasado que vuelva.
Con un suspiro de alivio salió de su mundo y vio  que había llegado la hora de bajar de sus nubes y de la cuesta empinada donde estaba. Giró sobre sus talones y oyó como las piedrecillas blancas del camino crujían bajo sus zapatos. No sabía si podía ser cierto o no, pero empezaba a pensar que eso de que el amanecer le gustara tanto inevitablemente debía significar algo sobre su forma de entender el mundo. Con las manos en los bolsillos y su mochila a la espalda, emprendió su marcha hacia las entrañas del pueblo una vez más.

Vor  Eisenreich. XXV-XII-MMXII